El árbol de las campeonas y los campeones
Este día le dimos forma al árbol.
Yo me encargué de construir la estructura con cartón y, al comenzar a colocar las hojas y flores que los alumnos habían elaborado, notamos que el árbol parecía estar en otoño: muy pelón, con pocas flores y hojas.
Les comenté que harían más, especialmente flores, ya que estas representaban a sus compañeros, resaltando sus cualidades. Al ver que aún faltaban muchos compañeros por ser mencionados, les pedí que completaran el árbol. Asigné a algunos la tarea de hacer más flores y a otros más hojas, con el propósito de equilibrar y dar vida al árbol.
Así es el día a día de un practicante: las cosas rara vez salen como uno las planea.
A veces he llegado a pensar en hacer las planeaciones solo por cumplir, cayendo en lo que muchos docentes titulares terminan haciendo: seguir el proyecto del libro al pie de la letra, sin modificar nada. Pero hay una parte de mí que se resiste a eso.
Una parte de mí aún cree que vale la pena intentar algo diferente.
Que aún puedo seguir buscando, adaptando, creando. Que ser docente no es solo seguir instrucciones, sino tener la capacidad de escuchar, observar y transformar lo que ocurre en el aula en algo significativo, aunque no esté en el plan original.
Sigo intentándolo.
Porque a pesar de las dificultades, sigo creyendo en esta profesión.
En que puedo marcar la diferencia, aunque sea en pequeñas acciones, y en que enseñar también es un acto de amor, persistencia y creatividad.
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